Primero, nos liberamos de las cargas del ego, del querer ser, de estar siempre en lo alto de la ola, de querer tener...y todo esto hace que nos sintamos fenomenal, pues liberamos presión sobre nosotros, eliminamos estrés y nos relajamos. Estar unos minutos "sin hacer nada" es una de las actividades más placenteras que existen.
Pero también pasa que cuando eliminamos la mente racional de la ecuación y nos deja frente a frente con lo que somos, puede que algunas de las cosas que veamos no nos gusten mucho.
Las emociones, los nudos en el cuerpo, las palabras no dichas, los actos ejecutados en los que no hemos dado nuestra mejor versión...todo eso puede aflorar cuando no tenemos la censura de la mente racional. Es entonces que nos vemos tal cual somos y a veces, no nos gusta.
Pero el alma no juzga. aprender a mirar nuestra sombra, nuestro lado oscuro o no "tan perfecto", nos hará evolucionar, siempre y cuando nos miremos con compasión y no con reproche.
Cuando un querido amigo nos cuenta que ha fallado, solemos animarlo y hacerle ver de forma comprensiva que todos nos equivocamos, que se puede rectificar y pedir perdón, que no se machaque martitizándose por ese hecho. Pero ¿qué pasa cuando somos nosotros mismos los que nos damos cuenta de que hemos errado? La gran mayoría de las veces, nos castigamos y nos tortutamos. Escondemos bajo la alfombra los sentimientos de vergüenza, de haber fallado, de saber que no hemos sido buenos...
No queremos verlos, no queremos afrontar esa parte que también forma parte de nosotros.
No hay luz sin oscuridad.
No hay bueno sin malo.
Es en esta dualidad donde podemos experimentar los dos extremos.
Aprender a mirarnos con compasión y comprensión nos aliviará en esta tarea.
Quiérete, Compréndete
